miércoles, 23 de mayo de 2018

MARIANO MEDINA


DEL SÍMBOLO DE LA BELLEZA

¿Donde no podría estar la belleza?
¿Acaso en una joya al cuello de una araña
o en el ala de un búho que muere de espanto?
¿Es de lo incierto donde nacen las garras del cuervo?
¿Es el geranio mustio de abrevar a abeja?
¿En que luna para el águila maldita?
¿En que felino ojo muere la flor?
¿Como lloraran los laureles junto al oriente?

Sin embargo existe la noche en el cementerio
y el ave peregrina del cielo se quema de sol.
Aún la perla esconde al ángel del sueño
presta, el alga marina lava su frente.

Para el viento son los cabellos
Para la noche las pestañas y el fatigado cuerpo.

Aunque el río esconde vértigo insaciable
da lecho al nenúfar y a la presunta mirada
es para la mujer la sangre del día que fenece
es para el hombre la pupila amarga del día que nace.
es para la rosa el suspiro imprevisto.

Son sin clavel los ojos del gato,
transcurre la noche negra y la albura signo
                                               en la gaviota
y el tiempo cuida de su polo trágico.

La casualidad nos lleva a la casualidad.
¿Quìen hablo de vergüenza en la piedra humilde
ante el oro caprichoso?

Algo de ónix hay en la ruta de amor
del párpado a la lágrima
y, a pesar de todo, la hiena tiene los colmillos blancos.

¿Hay quién esté vencido?
Nuestro tributo sera nieve,
nieve pura como los labios del brillante.

Tenemos emergiendo horizontal
purpura, las violetas hermosas, el sueño
el pensamiento voluble, el rojo diamante,
así, un valle hacia la eternidad.

Todavía quedarian los cantos de los necròlatras
el ciervo de la montaña, la tempestad
la magnificencia del arte,
con el universo en el alma,
y la profundidad de la tierra, con sus fuerzas,
su temperamento embrujado, la cámara ígnea,
su cofradia de metales,
la bella venus.


EVOCACIÒN DE DIÒTIMA

Estrecha la ventana que me abriga
y deja fuera el día, la noche
y su inclemencia.
El otoño separa los peciolos
de las ramas
y una hoja de oro
sobre la húmeda tierra cae.
Breve el momento
de su caída ha sido,
mas queda en el cristal
la imagen furtiva.

Ahí rehuye
la huida muerte
por un vivir de lumbre,
etéreo, que prefiere

Un árbol de fantasía
la acoge en su follaje
y, allí, mudando,
se une a otras y reverdece.

Es una encina
del monte de Mantinea
que mismas hojas
en sus frondas luce.

Pero ella todavía
no aparece bajo su sombra,
no está con los paupérrimos,
ni entre los dioses,
ni oímos ya el solemne discurso
prohijado en su boca
que era consuelo de muchos
y vino de nuestros goces.

Testigos la encina
y las hojas de la encina,
testigos Mantinea, los hijos
y los montes de Mantinea.

Testigos los iniciados,
los gozosos, los puros,
los que sabían mirar,
oír y vivir danzando
entre dorados hielos:
¡Cómo su férvida voz devenía luz
y diosa de partos,
porque en su discurso
un dios engendraba, bondadoso!

Ella no está conmigo
en el espejo de la ventana,
única senda entre el poeta
y su memoria.

Valga el reflejo entonces
de días ya lejanos
que la fantasía esboza
en los aires del recuerdo,
mientras fuera descienda
el otoño del brumoso cielo
y el pasado ido no abreve
en el activo tiempo.

Pero al poeta le está vedado
recurrir a la Musa
si a Memoria, su madre,
no guarda fielmente,
que al internarse
en el capullo del espejo
la raíz de su llama
debe abrir la flor del huerto.

Tiempo de la espera,
tiende tu red
para las aves silenciosas.
Tiempo del cuidar atento,
guarda el sueño en las alforjas
e hincha tu boca
con el vaho materno.

¡Si ella no está en la ventana
aguardemos bajo la fronda!
Ven, águila de amarillo fulgurar,
que anidas tronos de alta condición,
levantados entre el fuego y el hielo.

Prende el delirio sagrado
para que la voz relate los hechos
presentes en la ebriedad.

Ven, que ya rutilantes imágenes
entreabren mis párpados
y gritan a mi corazón,
empinándose sobre mis ojos
y lo incitan a que exprima
un grávido racimo,
de jugo más generoso que el vino.

Acércate,
mensajera de la medianoche divina,
reconstruye los devastados muros,
la ciudad en ruinas.

Vitaliza el herbaje del valle,
la encina del monte
y pon a flor de labios
lo que funda el amor en el mundo.





Mariano Medina: Poeta Chileno. Colaboro en la Revista Mandrágora. Autor de: "Evocaciòn de Diòtima", Flacso, Universidad de Chile, 1996.