lunes, 12 de agosto de 2013

JAIME RAYO








LA HORA APARTADA


Es una planta o una rama decapitada de improviso:
Su jugo capilar se asoma luego y petrifica.
Con elástico asombro contempla los segados dominios,
Una silueta que vibra veloz,
Una víbora tarda plegando sus tentáculos,
Una cabeza herida que ya no pertenece,
Huraña, sin emoción, reproduciéndose como una mancha.
Concurrir desprevenido a la catástrofe,
Provocar el milagro protector con su pulpa alucinante,
Dividido el espacio entre seres y mareas de pánico.

Es peregrino decir que los parientes conversan
Y simulan un entreacto,
Sin inquietarles la estrepitosa incursión.
Dilapidando sus informes voces delatoras,
Lejos del mudo apercibimiento que el encanto cubre.
La noción desamparada camina a golpes de martillo,
Sortea frágiles escollos indiferente al alarido.
Empañándose de gentes agrupadas, individuos voraces,
Suponed el paisaje cuando sube de tono
Y el lamento nos brinda su zumbido de abeja.

Es la sordina del carruaje, cuando arranca del hogar
Un vestido de nácar, una mirada tibia, estupefacta,
Unos pies pequeños trocados en porcelana.
Hincar torpe la vista en la penumbra,
Afilando sus garfios para clavarla mejor.

Registrar, tiritando, hasta las últimas aristas,
Cómplices espontáneos del accidente.
Sentir blanda la soga, grávida de caricias.
Después, corriendo huir
Alborotado como un niño que se pierde en los patios.




NARCISO


Un soberbio mapa de sangre, el límite preciso,
Expía sus pecados y os deja siempre esperando el desenlace.
No busca días perfectos, la causa ni el sino de la espera.
Empapado en aguas de paraíso, los años le lamen
Sus simplezas de experto y esa aureola casual tan peligrosa.

Una raíz cortada es centro de atracción y aun mejora vidas.

Frente a este altar de espanto
Viven y mueren los hombres poseídos.
A aquellos, su infortunio, su pasajera exactitud les conmueve.
Recientes pasiones, desconocidos deseos alrededor les asaltan.
A menudo interviene la crueldad y el hastío.
¡No hagáis surgir tantas mentiras! ¡No le mortifiquéis!
Tal vez le hallemos en el silencio reparador
O entre dos luces.
Escondido en su castidad como un libro o una mano ciega.

Algo o nada puede dulcificar esta huida presente.
Las palabras mueren al llegar al punto de partida.
Una sola lágrima contamina y destruye sus sagrados impulsos.
Aun corre detrás una amenaza inverosímil
Cuando está allí su imagen
Suspendida entre las épocas.




LA MUERTE Y LA DONCELLA


La incipiente hechicera hoy abrevia sus paces.
Pared a pared compruebo su inminencia de perfil destrozado:
Aquella faz que no se finge volcando sus esencias,
Su minúsculo enjambre de dulces musarañas.
Hacia una especie quemante de trino y arrebol.
Leve y rudo persigo los innúmeros fines con severo disfraz.
El hospedaje rojo del espectro sean las venas abruptas,
Y el poco sueño que alberga su escuálido retiro
En una estancia proscrita largos años yace.

Cierto como el alba estancada violenta su destino,
Piedra e imán, el cuerpo evaporado, la huella negativa y veraz.
Enamorada del pánico desde el comienzo de los días,
Cuando la vida inválida crea otra vez sus brazos
Todos los secretos animales y los nocturnos maleficios
Fluyen de ese naciente abrevadero.
Así realiza el plazo convenido, la abstracta misión,
Sin que las lagrimas le dañen, sacrificada en su sorpresa.
Seguro de este bien, ya no lo considero fugitivo.

La más pulida superficie de ese aire de fiesta o bacanal.
Los miembros blancos orgullosamente colocados,
Apéndices corporales de increíble, sabia proporción,
Trozos de carne y órganos bien definidos
Que un breve éxtasis inicial como una aureola guarnece.
No pausas ni calmas dentro del ruido,
Ni monstruosos reflejos obscureciendo el exterior:
Solo una espalda tranquila y la promesa de su auxilio
Buscándola a ciegas con una tenacidad taciturna y opaca.

Entonces el dibujo y la tinta se tornan subalternos:
El cielo, el viento, el sol opalescente pueden herir sus fibras,
Avanzando un dedo fino de claror para alumbrar escombros.
Ella, menuda e inexpugnable, ignora los efectos
-Inclinada tan ingenua sobre las cicatrices de mi rostro,
Al borde de su mímica de esfinge-,
El sobrehumano delirio, la mueca surgida de súbito y de veras,
Sin poder ya borrar los detalles internos de su estupor,
Esclavo, atado para siempre a su pleno sudario.



Jaime Rayo:






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