domingo, 15 de diciembre de 2013
OMAR CÀCERES
AZUL DESHABITADO
Y, ahora, recordando mi antiguo ser, los lugares que yo
He habitado,
Y que aún ostentan mis sagrados pensamientos,
Comprendo que el sentido, el ruego con que toda soledad extraña
Nos sorprende
No es más que la evidencia que de la tristeza humana queda.
O, también la luz de aquel que rompe su seguridad, su consecutiva
Atmósfera
Para sentir cómo al retornar, todo su ser estalla dentro de un gran
Número,
Y saber que “aún” existe que “aún” alienta y empobrece pasos en la tierra
Pero que está ahí absorto, igual sin dirección,
Solitario como una montaña diciendo la palabra entonces:
De modo que ningún hombre puede consolar al que así sufre:
Lo que él busca, aquellos por quienes él llora ahora,
Lo que ama, se ha ido también lejos, alcanzándose!
INSOMNIO JUNTO AL ALBA
En vano imploro al sueño el frescor de sus aguas.
Auriga de la noche!…. (¿Quién llora a los perdidos?)
Vuelca la luna sobre su piel el viento, mientras
Que de la sombra emerge la claridad de un trino.
Tambalean las sombras como un carro mortuorio
Que desgaja a la ruta el collar de sus piedras;
E inexplicablemente crujen todas las cosas
Flexibles, como un arco palpitante de flechas.
Amor de cien mujeres no bastará a la angustia
Que destila en mi sangre su ardoroso zumbido;
Y si de hallar hubiera sostén a esa esperanza,
Piadosa me sería la voz de un precipicio.
Volcó la luna sobre su piel el viento.
Suave fulguración de nieve resbala en los balcones:
Y al suplicarle al sueño me aniquile, los pájaros,
Dispersan un manojo de luz en sus acordes.
ANCLAS OPUESTAS
Ahora que el camino ha muerto,
Y que nuestro automóvil reflejo lame su fantasma,
Con su lengua atónita,
Arrancando bruscamente la venda de sueño
De las súbitas, esdrújulas moradas,
Hollando el helado camino de las ánimas,
Enderezando el tiempo y las colinas, igualándolo todo
Con su paso acostado;
Como si girásemos vertiginosamente en la espiral de
Nosotros mismos,
Cada uno de nosotros se siente solo, estrechamente solo
Oh amigos infinitos.
(100, 200, 300,
Miles de kilómetros, tal vez, )
El motor se aísla
La vida pasa.
La eternidad se agacha, se prepara,
Recoge el abanico, que del nuevo aire le regala nuestra marcha:
En tanto que enterrando su osamenta de kilómetros y kilómetros,
Los cilindros de nuestro auto depáranse a la zona de nuestros propios muertos:
He ahí a los antiguos héroes dirigiéndonos sus sonrisas de altivos y próximos
Espejos;
Mas, junto a ellos, también resiéntense,
Los rostros de nuestros amigos,
Los de nuestros enemigos,
Y los de todos los hombres desaparecidos;
Nuestro automóvil les limpia el olvido con el roce delirante de sus hálitos.
Como esas manos de mármol que se saludan a la entrada de las tumbas,
Nuestro automóvil seráfico ratifica el gran pacto,
Que a ambos lados de la ruta, conjuradas,
Atestiguan las súbitas, esdrújulas, viviendas golpeándose entre si…
Ahora que el camino ha muerto,
Y que nuestro automóvil reflejo lame su fantasma
Con su lengua atónita,
Como si girásemos vertiginosamente en la espiral de nosotros mismos,
Cada uno de nosotros se siente solo,
Oh amigos infinitos.
Omar Cáceres: Poeta Chileno (1904-1943), autor de un único libro: “Defensa del Ídolo” Imprenta Norma, Santiago de Chile 1934, (prólogo de Vicente Huidobro). Su obra se encuentra publicada en distintas revistas y antologías chilenas y extranjeras.
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