martes, 6 de mayo de 2014
VICTORIANO VICARIO
CANTO PROFUNDO PARA ANGELES ABIENZO
Yo pienso en ti, yo pienso en ti, ¿qué hora de soledad me cubre de mareas?
Qué soledad, qué hora, qué soledad, pregunto,
Me ha llenado de otoño los ojos y las venas.
Tú eres mi sombra, tú, mi sombra iluminada,
Presente aquí, presente y sin consuelo.
Canta en la lejanía tu voz, y una sonata
De sonoras marimbas me sube por el pelo.
Y es necesario ahora vivir de tu presencia,
De tu presencia azul de isla perdida.
De tesoro que nunca me llenará las manos
De corazón nevado, de oleaje y de mirra.
¡Oh! tiempo de la buena virtud, oh, tiempo tuyo
Donde el primer sollozo encontró un pecho abierto.
Y la casa inclinada donde el amor perdido
Camina con la muerte sobre los muebles viejos.
Yo tengo aquí tu especie, tu material caído,
Y es preciso el sonido de una campana pura.
Porque sé que en tu traje de ángel que no muere
Vive mi corazón lleno de extrañas músicas.
Yo he sentido crecer tu muerte, Madre mía,
Y he sentido caer tus párpados de seda.
Qué más da ahora el afán del corazón sin eco
Cuando en la casa giran los espejos sin huellas.
¡Ah! Querida y llorosa sumisión, sí, llorosa
Conjugación de mirto y oro pulido apenas.
Hacia tu muerte voy como ola vencida
Para besar tu sombra pura de madreselvas.
Hoy el día profundo gira en torno el vino,
Gira en torno del vino la soledad amarga.
Y no estás, y no estás tras de los claros vidrios
Llenando con tu voz la casa abandonada.
Yo no quiero creer en tu lluvioso viaje,
Ni en tu traje de niebla, ni en tu origen deshecho.
Como en un sueño vives sumergida y distante
Con un clavel de sombra amarrado en el pecho.
ODISEA
Aquí la luna es sólo una paloma,
Un lirio apenas de metal o piedra.
Crece la soledad y crece el vino,
Y la noche es un río de aguas lentas.
Para morir un dulce sol de abejas
Apenas conocido por el sueño,.
Apenas muerte azul, apenas lluvia,
Amor apenas vivo, apenas muerto.
Yo no podría en tu ciudad morirme
Entre tanta paloma cenicienta,
Entre tantos corceles moribundos
Y un solo ángel de arena.
Qué dorado orfeón arrastraría
La tarde antigua y las estatuas llenas
De tanto olvido y tanto mar de azufre?
¡Oh! dorado castigo de agua muerta.
Pero, violín perdido, dulce lirio
Quebrado en una euforia de ceniza.
Perdido afán del corazón sin eco
Entre violentos soles. La escondida
Tristeza asoma su linterna sorda.
Y es un ángel de nieve tu sonrisa.
LA SOLEDAD Y EL HUMO
Tú no has sabido nada, pero la luz tan vieja me persigue
Y apenas hay alguna puerta, apenas,
Si tú me has dicho: el sol ha muerto.
Hay que encender linternas.
Nadie ha tenido tanto oro hoy día
Y tanta muerte. Llenas
Las manos de jazmines, me has besado
Y te has dormido entre mi voz, apenas
Si supieras como el mar me llama
Con sus cóleras grises y sus negras
Historias de naufragios, estarías
Modificando el sol, por una hebra
De soledad te arrimas a mi sombra
Y es un sollozo de ámbar tu melena.
Había tantos días para amarse
Y tantos soles rotos en la arena
Que te perdiste bajo un rubio esmalte
De caracoles musicales. Era
Mi antiguo amor la soledad, y estabas
Con un ángel y un ancla en la diestra.
Porque si el regresar hubiera sido para morir,
¿Qué río de aguas lentas me llevaría ahora?
Si tus manos no han conocido el lino ni la rueca
Mi corazón insomne te diría
Que se muere en el mar. Y muere apenas.
Victoriano Vicario: (1911-1966). Poeta Chileno. Autor de: “El lamparero alucinado” (prólogo de Jacobo Danke e ilustraciones de Pedro Olmos), Imprenta Gutenberg, Santiago de Chile, 1937, y “Fabula de Prometeo”, Ed Nascimento, Santiago de Chile, 1942.
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